Buscar las huellas de lo oculto, el rastro de hechos ya acontecidos a partir de pistas, indicios y mediciones pacientemente recogidas e interpretadas por especialistas en poner luz a lo que solo muestra oscuridad, ha sido una obsesión para el ser humano desde el comienzo de los tiempos. La misión discreta, metódica y apasionante de detectives, policías, inspectores de Hacienda, arqueólogos, epidemiólogos, médicos, cazadores, exploradores, mineros y, ahora, también, de expertos en sostenibilidad. Porque una de las recientes acepciones de ese empeño humano por seguirle la pista a las cosas viajando desde el momento presente a lo largo del tiempo es la trazabilidad ambiental.
¿Qué es la trazabilidad ambiental?
La RAE define “trazabilidad” como la “posibilidad de identificar el origen y las diferentes etapas de un proceso de producción y distribución de bienes de consumo”. Si al término se le añade el adjetivo “ambiental”, el resultado es “la capacidad de seguir el rastro de los productos y materiales a lo largo de su ciclo de vida, desde su origen hasta su disposición final, con el fin de evaluar su impacto ambiental”. En otras palabras, se trata de reconstruir un itinerario completo del periplo sostenible seguido por ese producto desde antes incluso de ser fabricado hasta que llega al final de su camino, ya sea en forma de residuo o de nueva materia prima susceptible de ser reutilizada para nuevos productos.
La trazabilidad ambiental de un producto (también conocida como “ecotropía”) permite identificar la procedencia de las materias primas y los recursos naturales utilizados para el proceso producción, examinar cómo han transcurrido esos procesos desde un punto de vista ambiental y extender esa vigilancia de la huella sostenible del producto a su transporte, almacenaje, uso y eliminación o reciclaje. La trazabilidad ambiental abarca aspectos como la cantidad de energía y agua utilizadas, las emisiones de gases de efecto invernadero producidas o la cantidad de residuos generados y su gestión.
Por qué es importante la trazabilidad ambiental
Vivimos un contexto en el que la sostenibilidad de los productos se ha convertido en un elemento clave para su viabilidad, no solo desde un punto de vista de cumplimiento normativo, sino también de su aceptación por parte de los consumidores y, por tanto, de su viabilidad en el mercado. A este respecto, cabe recordar que, según el último Índice Sectorial sobre Sostenibilidad, elaborado por Kantar, el 67% de los consumidores piensa que la responsabilidad de luchar contra el cambio climático recae en las empresas, y que casi la mitad de los consumidores ha dejado de comprar ciertos productos debido a su impacto en el medio ambiente o a la sociedad. El consumo excesivo, la generación de residuos o el sobreembalaje son algunas de las cuestiones más sancionadas por los consumidores.
La trazabilidad ambiental brinda a los consumidores y a las propias empresas una valiosa guía para medir los impactos de sus productos en estas cuestiones, una información que les facilita la toma de decisiones informadas tanto de consumo para los primeros, como de áreas de mejora en el proceso productivo para las segundas. La trazabilidad ambiental también fomenta la transparencia y la rendición de cuentas en la cadena de suministro, lo que se traduce en la adopción de prácticas más responsables a lo largo de la misma.
¿Cómo se mide la trazabilidad ambiental?
Existen diversos métodos y herramientas para evaluar la trazabilidad ambiental de un producto. Algunas de las más extendidas son:
- Análisis del ciclo de vida (ACV): el ACV es una metodología que evalúa el impacto ambiental de un producto desde la extracción de materias primas, pasando por la fabricación, distribución, uso y disposición final. Este sistema permite identificar y cuantificar las emisiones de gases de efecto invernadero, el consumo de recursos naturales, la generación de residuos y otros impactos ambientales asociados con el producto.
- Huella de carbono: es una medida del total de emisiones de gases de efecto invernadero (sobre todo dióxido de carbono) asociadas con la producción y uso de un producto determinado. Para su cálculo se tienen en cuenta todas las etapas del ciclo de vida del mismo, lo que incluye la energía utilizada, los materiales empleados o los desplazamientos necesarios para su producción y distribución.
- Sistemas de gestión ambiental: además, las organizaciones pueden implementar sistemas de gestión ambiental (SGA) para evaluar y controlar el impacto ambiental de sus productos. Estos sistemas proporcionan un marco estructurado para identificar y gestionar aspectos ambientales relevantes a lo largo del ciclo de vida del producto. Ejemplos de (SGA) son la ISO 14001 o el Reglamento EMAS.
Trazabilidad ambiental y gestión de envases
En el universo de los envases, la trazabilidad ambiental ayuda a identificar y evaluar su ciclo de vida, lo que fomenta la innovación y la creación de soluciones de recogida selectiva y reciclaje más eficaces. Un informe del año 2014, publicado por el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (UNEP), concluía que el Análisis del Ciclo de Vida (ACV) de un envase es una herramienta imprescindible para determinar el impacto ambiental que genera.
La del ACV se trata de una visión holística que permite abordar el problema de la huella ambiental de un producto envasado no únicamente fijándose en un aspecto aislado, como podrían ser los materiales con los que está fabricado, sino tomando en consideración todos los elementos que tiene una influencia en esa huella desde que se extraen las materias primas hasta que el envase llega al final de su vida útil. De esta manera, el estudio de la huella ambiental es mucho más exhaustivo y riguroso, además de abrir la puerta a nuevas medidas y enfoques para mitigarla.
Muchas de esas medidas pasan por la adopción de medidas de ecodiseño que mejoren el desempeño ambiental de los envases desde el origen. En ese sentido, Ecoembes, a través de sus sucesivos Planes Empresariales de Prevención (PEP), ayuda a las empresas que forman parte de su sistema a mejorar el desempeño ambiental de sus envases en el marco de la economía circular. Gracias a estos planes, desde 1999 las empresas han implantado más de 54.500 medidas de prevención destinadas a reducir el peso de los envases, reutilizar, reciclar, rediseñar, eliminar elementos del envase y reducir su impacto ambiental que han supuesto unos ahorros de más de 600.000 toneladas de materias primas.
Respecto a este último punto, el de reducir su impacto ambiental, las principales vías que Ecoembes promueve para lograrlo son:
- Reducción de metales pesados en los envases (Plomo, Cadminio, Mercurio y Cromo)
- Reducir o eliminar las superficies impresas de los envases (tintas, barnices, etc.)
- Usar envases con certificado de gestión sostenible de los recursos naturales
- Usar envases procedentes de fuentes renovables (demostrable con ACV)
- Sustituir de materiales que generen menor impacto ambiental (demostrable con ACV).
En España, la legislación recoge la figura de los Planes Empresariales de Prevención (PEP) de residuos de envases como el mecanismo para garantizar el cumplimiento efectivo de los objetivos de prevención y reducción fijados en Real Decreto 1055/2022, de 27 de diciembre, de envases y residuos de envases.
Sin abandonar el mundo del ecodiseño de envases, en los últimos años se han desarrollado diversas herramientas de diagnosis ambiental que ayudan a las empresas a medir su huella ambiental a lo largo de toda la cadena de valor del producto. Estas herramientas pueden ser utilizadas o bien para realizar un diagnóstico ambiental preliminar del producto –y así poder focalizar las estrategias de rediseño en aquellos aspectos que tengan más impacto ambiental–, o bien para realizar prospecciones de estrategias de diseño de nuevos productos o de rediseño de productos existentes.
Entras las herramientas de diagnosis ambiental más extendidas figuran las de tipo descriptivo, como las listas de comprobación o check-lists; las semi-cuantitativas, como la matriz MET (materiales, energía, emisiones tóxicas), la matriz METR (materiales, energía, emisiones tóxicas, residuos) o el diagrama de la tela de araña o VEA (Valoración de la Estrategia Ambiental del Producto), o las cuantitativas, como la Huella de Carbono o la Huella Hídrica, el análisis MIPS (material de entrada por unidad de servicio), la demanda acumulada de energía (DAE) y el citado Análisis de Ciclo de Vida (ACV).